Equidad: el cambio necesario para un nuevo sistema educativa

De los tres elementos que se enarbolaron durante la Revolución Francesa, igualdad, libertad y fraternidad, es el primero de ellos, el de la igualdad, el que merece la pena ser cuestionado en estos momentos. No porque no se crea en el principio inspirador con el que surgió, en un contexto donde el nacimiento marcaba que una persona fuera privilegiada o no el resto de su vida.
Y no es que no siga pasando eso hoy en día porque queda mucha revolución por hacer en el mundo, pero, por fortuna, en estos momentos, en los países que fueron influidos por este cambio, se puede, con más o menos facilidad, pelear un destino propio. A lo que vamos es actualizar el término, hacerlo más preciso para que encaje con los ideales con lo que se forjó. Por eso apuesto porque desaparezca el término y se sustituya por el de equidad que representa mucho mejor lo que quiere decir el primero.
Y es que los tiempos han desvirtuado el concepto de igualdad convirtiéndolo en estandarización, cuando se refería a igualdad de oportunidades. Todo ha llevado a disfrazar de uniformización algo tan variado como el alumnado, y en vez de crear pruebas que midan las potencialidades de cada uno y su esfuerzo y desempeño, se ha creado una forma de evaluar estándar y se amolda a los alumnos para que encajen con ellos. Todo ello con el plebiscito de una sociedad criada con la filosofía del trabajo en cadena en el que cada pieza debía encajar en el sistema en vez de plantear un sistema en el que encaje cada pieza. Lo primero es más fácil, lo segundo más humano, y enriquecedor. La equidad, obviamente, habla de lo segundo.